martes, 26 de septiembre de 2017

PINTURAS EN EL CONVENTO DE SAN JOAQUÍN Y SANTA TERESA DE JESÚS




En esta entrada nos centramos en las pinturas que están situadas en el salón de actos del convento del Carmen; ya hemos visto en la publicación sobre la Iglesia conventual, las pinturas que se encuentran dentro del templo. Existen otras obras en el convento que aún no hemos podido fotografiar. Con motivo de la conferencia que tuvo lugar en este salón el día 21 de septiembre de 2017, dentro de los actos del 24 de septiembre, sobre la figura del Diputado en Cortes por Aragón en las sesiones celebradas en 1813,  D. Isidoro de Antillón y Marzo, tuvimos la oportunidad de hacer las fotografías de estas pinturas, fotos de poca calidad porque no tuvimos la precaución de llevar la cámara adecuada.


Acceso a la galería desde el claustro.


Galería que comunica el claustro y la puerta reglar con la sacristía.

El salón de actos tiene dos entradas, una desde el lateral del claustro y otra desde la galería que hemos visto en la foto anterior. Esta galería se divide en tres tramos mediante dos arcos de medio punto sobre pilares. El primer tramo accediendo desde el claustro, se encuentra cubierto con bóveda de cañón con lunetos, fruto de la restauración realizada en 1997, ya que anteriormente era de techo plano. El siguiente tramo que da acceso a la escalera se cubre también con la misma bóveda con arcos fajones que se apoyan en una cornisa con ménsulas.El último tramo presenta bóveda de aristas y decoración de yesería. 


En el suelo de la galería entre la puerta reglar y la entrada al salón de actos. Escudo de la Orden Carmelitana; otro escudo, con el anagrama mariano está en el suelo delante de la puerta de la sacristía.
El coro bajo, frente a la puerta reglar, se encuentra muy transformado. No conserva nada de su primitiva arquitectura, sobre todo desde que fue capilla del Santo Entierro, que abarcaba desde la puerta reglar hasta el fondo del coro bajo. En la actualidad, como ya hemos comentado, es el salón de conferencias o salón de actos del convento.


Niño dormido sobre la cruz, anónima, siglo XIX.

Esta pintura (85 x 113 c.) fue realizada para ocupar el banco de la Inmaculada Concepción, actualmente del Santo Entierro. Hoy día se encuentra en la galería, sobre la puerta de entrada al salón de conferencias, en un arco bajo la bóveda. Fue adquirido en 1859. Fue restaurada en 1997. Representa al Niño dormido sobre la cruz en un montículo que imita el Calvario. Viste túnica azul claro y va descalzo. Junto a la cruz aparece la corona de espinas y cinco querubines velan el sueño del Niño. 


Inmaculada Concepción, anónima, siglo XIX.

Esta pintura (102,5 x 73 cm.), con un espléndido marco tallado y dorado, se puede encuadrar en la primera mitad del siglo XIX. De pintor anónimo que ha seguido las directrices de Murillo y sus seguidores en este tema iconográfico. Se ha representado a la Virgen sobre el mundo, pisando la serpiente y apoyada en la media luna característica, vestida de blanco y azul, colores inmaculistas, según las normas que al respecto diera Francisco Pacheco del Río. Como es habitual, aparece rodeada de ángeles que portan atributos marianos: puerta, estrella, espejo, rosas, lirios, palma, barco, etc...Dos ángeles portan en la parte superior una filacteria donde se lee: TOTA PULCHRA EST MARIA.


Descendimiento, anónima, siglo XIX.

En este salón de conferencias encontramos cuatro pinturas que pertenecieron a la antigua capilla del Santo Entierro, que, como ya hemos comentado,  se encontraba en este mismo lugar. Las pinturas son: Descendimiento, Crucifixión, San Juan Evangelista y Magdalena, todas del siglo XIX, de mediana calidad y solo una está firmada.

El Descendimiento es junto a San Juan Evangelista, una de las mejores pinturas de este conjunto desigual. Esta pintura (147 x 107 cm.) se inspira en la obra de Rubens que se encuentra en la catedral de Amberes. En la obra del Carmen se ha invertido la composición. La pintura se resuelve  a través de una diagonal cuyo centro lo constituye la figura de Cristo (punto de interés) ya desclavado de la cruz. Los santos varones descuelgan a Cristo, que es recibido por Juan y las tres Marías a los pies. El colorido está bien armonizado, destacando los rojos de San Juan y azules de la Virgen y la Magdalena. El tema fue escogido por la Hermandad por ser el momento previo al entierro. 


 Crucifixión, anónima, siglo XIX.

La pintura (148 x 106 cm.) forma pareja con la anterior y es el momento previo a la muerte de Cristo, es una obra meramente devocional sin valor artístico.  Muestra a Cristo crucificado sobre el Gólgota;  al fondo se esboza la ciudad de Jerusalén; el cielo muy oscurecido siguiendo el relato evangélico.


San Juan Evangelista en Patmos, J. Márquez, siglo XIX.

Esta pintura (106 x 82 cm.) formando un óvalo, es una de las mejores pinturas decimonónicas del convento. Fue restaurada en 1998. Forma pareja con el lienzo de la Magdalena de la misma forma y medidas. Aparece un San Juan desterrado en la isla de Patmos, como se aprecia en el paisaje rocoso y los acantilados. Fue en este lugar donde escribió el Apocalipsis.  El apóstol está sentado, en teatral actitud, como si estuviera recibiendo la inspiración divina. Le acompaña como atributo característico el águila que sirve de atril al santo para escribir y porta la pluma en la mano derecha y un pliego en las rodillas. Sobre el suelo aparecen libros esparcidos. Se le ha representado joven y con barba. Vestido con túnica verdosa y manto rojo. Debajo del águila se encuentra la firma del autor que no se ha podido identificar.


La Magdalena, anónima, siglo XIX.

La pintura (107 x 80 cm.) es de mucha menor calidad que su compañero anterior. Representa a la discípula de Jesús según su iconografía habitual y que podemos ver también en la pintura del mismo tema situada en el ático del retablo de San Francisco.
Aparece como penitente en el interior de una gruta, en actitud de súplica. Su cabellera rubia cae sobre un velo blanco sobre los hombros. La túnica azul completa la indumentaria. Se apoya en una roca donde aparece la calavera, un libro y el tarro de perfume, sus atributos más usuales. 


Pintura en el ático del retablo de San Francisco. Iglesia del Carmen.


Santa Rita, anónima, segunda mitad siglo XIX.

Esta pintura de Santa Rita y una de San Rafael, fueron adquiridas en 1863 y 1870 respectivamente, por el padre Almeyda para el templo carmelitano. La pintura de Santa Rita (162 x 122 cm.), restaurada a finales del siglo XX. Representa a la santa de pie rodeada de nubes con ángeles que portan atributos relacionados con la vida de la monja agustina. Viste el hábito de la orden y porta en su mano un crucifijo al que dirige la mirada. La pintura se caracteriza por una pincelada suelta, así como un dibujo correcto. En la gama cromática prevalecen los ocres y oscuros, destacando solo los azules de la parte superior y los dorados que rodean la figura. Esta pintura se encontraba en uno de los muros de acceso a la capilla del Sagrario. 


San Pedro, Carmen Moreno Sánchez, 1888.

La pintura de San Pedro (111 x 82 cm.) está firmada en el ángulo superior derecho por Carmen Moreno y Sánchez, 1888. Pintura inspirada en otra del mismo tema que se encuentra en la Iglesia de San Francisco debida a Muñóz de la Vega. Representa al santo de medio cuerpo, con la cabeza elevada dirigiendo la mirada a las alturas manteniendo el tipo rudo y fuerte que representa al apóstol. Entre las manos las lleves del Reino de los cielos. Es una pintura de colores vivos. 


San Blas, anónima, siglo XIX.

Esta pintura (93 x 74,5 cm.) es de escasa calidad, más bien es una obra devocional que presenta la inscripción: "S. Blas OB. Mr.". Aparece representado con atributos episcopales como la mitra y el báculo, ya que fue obispo de Sebaste en Armenia, y la palma, debido a su martirio en tiempos de Diocleciano. 

Estas pinturas fueron adquiridas por el padre Almeyda en la década de los ochenta del siglo XIX.


San Pablo, Agustín G. Lobatón,  1881.


La pintura de San Pablo (111 x 82,5 cm.) presenta una gran fuerza expresiva. El apóstol viste un manto ocre y porta un libro haciendo referencia a las numerosas cartas, y una espada símbolo de su martirio. Aparece anciano, con el cabello y la barba largos. 



San Jerónimo, Agustín G. Lobatón, 1881.


Pintura (111 x 83 cm.) dedicada a uno de los grandes padres y doctores de la Iglesia, traductor de la Biblia hebrea y griega al latín, denominada la Vulgata, que concluye en Belén, lugar donde muere en 420. Se retiró al desierto de Siria y vivió como anacoreta, y es esa la imagen que se representa en la pintura. Aparece de medio cuerpo, semidesnudo, envuelto en un manto rojo que le cubre también la cabeza; se le representa anciano, con larga cabellera y barba blancas, dirigiendo la mirada hacia la izquierda. La mano izquierda sobre el pecho y un libro en la derecha que representa la Vulgata. Le representan otros signos como la cruz y la calavera.

Estas dos pinturas presentan la siguiente inscripción en el reverso: "Propiedad de Sor. Dn. Agustín Geronimo Lobatón y de sus herederos. Julio 16,1881". A esto se une la firma que poseen en la parte inferior de ambas: "Agustín G. Lobaton 1881". Se trata de uno de los bienhechores del Carmen, hay una imagen de santa Filomena, hoy día situada en el antecoro que también es de su propiedad. 
En estas pinturas coinciden autor y propietario, pudiéndose tratar de un pintor aficionado destacable, pero no figura entre los pintores decimonónicos gaditanos que se conocen. Dota sus obras del realismo que aparece en obras del último tercio del XIX.


Santa Lucía, escuela napolitana, siglo XVII.

Pintura (70 x 57 cm.) al óleo sobre lienzo de gran calidad. Estuvo situado en una de las pilastras del templo como aparece citada en el inventario de 1856 y 1879. En la parte posterior del lienzo hay una inscripción: "Este cuadro y Sta. es de Dª. Mª. Bn. Del Alcázar y Barrios la que pone para que tenga Culto por el tiempo de su boluntad y la de sus herederos en este altar de Ntra. M. de los Dolores por ser propio de su primo Dn. M.orario Máques de Gracia Alegre y capitán de Fragata de la Real Armada". 
Las características de la obra permiten encuadrarla dentro de la escuela italiana, concretamente de la napolitana. Representa a la santa casi de medio cuerpo, inclinando la cabeza hacia atrás en un movimiento leve y elevando la mirada hacia arriba. Sostiene en sus manos el atributo habitual de su iconografía: un plato con los dos ojos que recuerdan su martirio. La santa aparece ataviada con vistosas telas. la luz que ilumina la pintura aparece desde arriba por el lado derecho hacia el que mira la figura. Fue restaurada a finales del siglo XX. 


San José, escuela genovesa del seiscientos.

Otra pintura excepcional, que forma conjunto con la anterior, es la de San José. Se ha representado al patriarca de medio cuerpo, con la cabeza elevada dirigiendo la mirada hacia arriba. Porta la vara florida en la mano derecha, y apoya la izquierda en el pecho en señal de adoración. La luz llega de la parte superior. El santo está representado en edad madura, con cabello y barba canosos. Viste túnica azulado, abierta en el pecho, y manto ocre que se recoge bajo en brazo izquierdo. Esta pintura (76 x 64 cm.) está encuadrada en la escuela genovesa del seiscientos. 


San Ignacio de Loyola, anónima de finales del siglo XVII.

Fundador de la Compañía de Jesús, canonizado el mismo año que San Felipe Neri, 1622. En su iconografía se representa siempre con la frente clava, nariz afilada y aguileña y barba rasurada. En este lienzo mira directamente al espectador. Viste la usual sotana negra y porta un libro donde aparecen los atributos más característicos de la compañía: el IHS rodeado de rayos y la divisa AD MAIOREM DEI GLORIAM. El libro puede aludir a las reglas de la compañía. 


San Felipe Neri, anónima de finales del siglo XVII.

San Felipe Neri es el fundador de la congregación del Oratorio. Viste sotana y camisa blanca. En su iconografía suele aparecer en éxtasis, y así aparece en esta pintura, mirando al cielo. Cabello y barba corta blancos. Las manos en el pecho en señal de adoración están magistralmente tratadas. 

Estas pinturas fueron adquiridas por el padre Almeyda en noviembre de 1870, según consta en el libro de gastos. Las pinturas fueron ampliadas de su tamaño original como se aprecia claramente en los lienzos, posiblemente para hacer conjunto con otras que ocuparon pilastras en el templo. Ambas pinturas (98 x 74 cm.) pueden datarse a finales del siglo XVII, mostrando una gran maestría en la ejecución de los rostros que constituyen el centro de atención de las obras. 


Salón de conferencias. 

Debido al acto que iba a tener lugar en el salón de actos, se habían colocado las banderas y el atril con un azulejo en honor del personaje al que se dedicaba la conferencia y que fue regalado por el Ayuntamiento de Santa Eulalia del Campo (Teruel), al Ayuntamiento de San Fernando para ser colocado en la ciudad donde estuvo alojado el diputado homenajeado. También queda cubierto con la pantalla de proyecciones, un escudo de la Orden labrado en madera que decora el fondo de la sala.